Diciembre, 2023

Nº 4. Boletín del pasado mes de diciembre dedicado a Judy Chicago, Hierba, y una reflexión acerca de las relaciones violentas entre las mujeres.

ARTE

JUDY CHICAGO

¿La primera artista feminista?

Judith Sylvia Cohen (Chicago, 20 de julio de 1939) es una artista multidisciplinar considerada una de las pioneras del arte feminista.

Nació y se crió en el seno de una familia con ideales marxistas. La participación de su padre en el Partido Comunista de los Estados Unidos y su activismo por los derechos de los trabajadores influyó directamente en la formación del pensamiento y las creencias de Judy. May Cohen, su madre, era una apasionada de las artes cuyo valor trató de transmitir a sus hijos dirigiendo claramente la futura carrera de la protagonista de este texto. A los tres años apuntó a Judy a clases de dibujo y desde entonces no quiso hacer otra cosa que no fuera arte.

Durante el periodo universitario diseñó algunos carteles para la NAACP (National Association for the Advancement of Colored People) de la Universidad de California en Los Ángeles, de la que terminó siendo secretaria. En 1962 se graduó en Bellas Artes, se enamoró y se casó con Jerry Gerowitz que, apenas un año más tarde, falleció en un accidente de tráfico marcando así traumáticamente a la artista.

En honor a su marido y esta tragedia, realizó una primera serie de pinturas abstractas donde predominaba la representación no explícita de órganos sexuales, lo que disgustó al profesorado masculino de la escuela de posgrado en la que estudiaba entonces. Cuando se hizo un hueco entre hombres en las galerías y se conoció más a sí misma a través de sus obras, decidió cambiar su apellido. La asimilación de la muerte de su padre y de su marido povocó en ella una desconexión con los apellidos Cohen y Gerowitz y alimentó el deseo de no estar conectada a través del apellido a un hombre, bien por el matrimonio o la herencia. Poco después presentó su nuevo apellido escrito en una camiseta y vestida de boxeadora en una exposición individual. En otra ocasión también colgó una pancarta que decía «Judy Gerowitz se despoja de todos los nombres que se le impusieron a través del dominio social masculino y elige su propio nombre, Judy Chicago». 

En los años 70 organizó el que se considera el primer curso de arte feminista. Una clase separatista, sólo para mujeres, que perseguía alcanzar la creación artística sin la presencia ni expectativa masculina. Poco después, junto a Miriam Schapiro, crearon el primer programa de arte feminista en la California School of Arts de Los Ángeles cuya actividad artística se nutría de la convivencia de las estudiantes de dicho programa y el intercambio de vivencias y sensaciones que terminó derivando en el proyecto colaborativo Womanhouse, impulsado por quince estudiantes que alquilaron un estudio junto a Judy Chicago, en el que se gestaría el alimento de sus producciones artísticas a través de grupos de lectura y discusión, del análisis de sus experiencias como mujeres desde la niñez y del autoconocimiento.

Como repaso y homenaje a la historia de la mujer en la civilización occidental, en 1979 nace su obra más conocida The Dinner Party tras cinco años de producción junto con sus 129 colaboradoras. Una instalación de estructura triangular que representa un banquete para 39 comensales, en este caso, mujeres relevantes de la cultura, las artes, la ciencia o la mitología.

Cada lado del triángulo expone 13 puestos con su cubertería, platos y manteles personalizados para cada una de las invitadas a este encuentro haciendo uso de técnicas como la cerámica o el bordado, consideradas artes menores por su asociación a lo femenino, dándoles así espacio en un lugar épico como es el de esta instalación. El primero de los lados representa a mujeres desde la Prehistoria hasta el Imperio Romano, el segundo comprende desde el Cristianismo hasta la Reforma y el último recoge a mujeres desde la Revolución Americana hasta el feminismo. Destacan sobre todo los vistosos platos con flores en representación de vulvas de colores. Además de estas mujeres que llenan las mesas, se puede leer en las losetas triangulares del «suelo del patrimonio» el nombre de 999 mujeres más de todas las culturas y épocas que lucharon por la liberación de las mujeres. Se encuentra en exposición permanente en el Centro de arte feminista Elizabeth A. Sackler del Brooklyn Museum de Nueva York.

Además de esta cena, Judy tiene muchas más obras interesantes como las performances pertenecientes a la serie Atmospheres/Fireworks (1968-1974), litografías icónicas como Red Flag o Gunsmoke (1971) y proyectos como Birth Project (1980-1985) que merecen la pena conocer.

REVIEW

hierba

Explotación sexual entre guerras de manos de Keum Suk Gendry-Kim

Hierba, publicada en 2022, es una novela gráfica de la autora Keum Suk Gendry-Kim que narra la historia real de Lee Ok-Sun, una mujer superviviente de explotación sexual por parte del ejército imperial japonés durante la Segunda Guerra Sino-japonesa (1937-1945).

La obra comienza en la infancia de esta mujer que Gendry-Kim narra tras múltiples entrevistas en la “casa del compartir”, un lugar donde reside Ok-Sun y otras supervivientes del conflicto.  Una infancia extremadamente humilde en la que, anhelando poder ir al colegio, terminó siendo dada en adopción por sus padres a otra familia. Esta nueva familia no le permitió finalmente recibir una educación reglada sino que la pusieron a trabajar en su restaurante bajo un trato inadecuado para una niña, donde además de comer fideos asistían hombres a consumir alcohol. Comienza la explotación. Tras no ceder ante un cliente, los dueños la vendieron a otra taberna como criada y, muerta de hambre y de cuidados, dos hombres la secuestraron cuando volvía de un recado. Así, llegó a una “estación de consuelo”, o sin eufemismos, al prostíbulo donde los militares japoneses violaban a las niñas que allí terminaron junto a la protagonista.

Sin ser explícita gráficamente, la novela muestra las brutalidades que en aquel conflicto padecieron estas mujeres en el transcurso de sus años de juventud desarrollados entre vejaciones e insalubridad máximas. Estarcidos, salpicaduras, el gesto agresivo de una mancha de tinta lanzada al aire cuando la historia merece generar tensión… La autora juega magistralmente con la metáfora y gestualidad para interpretar aquellos momentos más significativos y dolorosos en la narración. 

También es notable la dominación descriptiva. Se aprecia mucho el interés y trabajo de la autora por favorecer una percepción contextual, visual e histórica, facilitando de este modo la inmersión y comprensión de los condicionantes de la vivencia. A su vez, intercala escenas de la historia principal con pasajes de sus visitas a Lee Ok-sun en “la actualidad”, a modo de descansos de los flashbacks que componen la novela, en los que esta va contándole nuevos episodios o retomando otros interrumpidos anteriormente por alguna compañera de la casa. Los paisajes también son recurrentes aportando momentos de contemplación y reflexión en cada capítulo. Además, Gendry-Kim nos muestra de igual forma qué pensamientos le rondaban en esos encuentros con la anciana o cómo se sentía al abordar este tipo de historia por lo que no sólo se genera una posible empatía hacia la protagonista sino también una cercanía con la autora.

Continúa narrando la historia de vida de Lee Ok-Sun hasta su vejez, desde que salió de aquel campo de concentración tras terminar la guerra, pasando por su difícil reinserción en sociedad, reencuentros y nuevos abandonos, hasta la ausencia de reparación y disculpa por parte Japón 70 años después.

OPINION

SE ME EMPAÑARON

las gafas moradas

Escrito por Estefanía Sánchez, 09/12/2023

Cuando mantienes relaciones heterosexuales (sexuales, afectivas o ambas) y tienes cierta consciencia feminista, es más o menos fácil advertir las violencias machistas que pueden darse en esa relación pero, ¿se identifican igual de rápido en las relaciones entre mujeres?

No es que sean equiparables hombres y mujeres en cuanto al trato estructuralmente hablando que recibimos pero sí que, en tanto que el patriarcado es una doctrina social que impregna cualquier plano educacional, todos y todas portamos misoginia interiorizada, es un hecho. Que sí, que quienes ejercen una violencia más explícita y brutal hasta llegar al asesinato son ellos, sobra decirlo, pero eso no debería ser motivo suficiente para ignorar el resto de consecuencias comportamentales dentro de este marco.

La educación machista en la que crecemos nos posiciona a las mujeres como objetos/servicios que poseer para los hombres y, ante las mujeres, como competencia por ser poseída y/o validada. Hay entonces algunas actitudes violentas que podemos recibir por parte de ambos sexos, aunque unos partan del poder y la dominación y otras de la necesidad de validación ajena.

Por ejemplo, si destaco en el ámbito laboral siendo mujer, un compañero puede hablar mal de mí a mi jefe para perjudicarme porque considere que soy incompetente por el hecho de ser mujer. Sin embargo, una compañera también podría hablar mal de mí al jefe aunque, en esta ocasión, sería probablemente por competencia o falta de autoestima pero no por pensarme menos válida por el hecho de ser mujer. Otro ejemplo sería si tengo una relación heterosexual y mi pareja (hombre) me es infiel, es probable que lo sea motivado por el placer de poseer, a cuantas más mujeres más virilidad. Si estoy en una relación lésbica y mi pareja (mujer) me es infiel, puede que esa deslealtad suceda por la baja autoestima y la necesidad de validación ajena que el sistema patriarcal inocula en nosotras.

En estos casos, hombres y mujeres terminan ejerciendo un comportamiento violento hacia una mujer, aunque originados por diferentes deseos impuestos socialmente que configuran la jerarquía sexual en la que vivimos. Creo que la tendencia al tener las gafas moradas es justificar a la segunda, a las mujeres, porque como iguales podemos comprender mejor el móvil de su mal comportamiento. Aquí se puede originar un problema cuando, en lugar de empatizar para comprender, empatizamos para permitir

Como ya comentaba en el boletín de octubre, “una baja autoestima, una insuficiencia introspectiva del yo, puede generar la necesidad constante de recibir aceptación ajena dando lugar a personalidades narcisistas” y una mujer con baja autoestima y poca autoconciencia puede caer muy fácilmente en la reproducción de este tipo de perfil. Recuerdo un mantra recurrente en los círculos feministas por los que he podido moverme que es el de “sólo las mujeres salvarán a las mujeres” y sí, así lo creo, pero igual que el “no se nace mujer, se llega a serlo” de Simone de Beauvoir, es muy sensible a malinterpretación.

¿Qué quiero decir? “Sólo las mujeres salvarán a las mujeres” porque sólo nosotras podemos comprendernos mejor que nadie, podemos compartir y explorar una autoconciencia colectiva que alimente e impulse el movimiento por nuestra liberación. El pero está en creer que todas las mujeres van a ser nuestras compañeras dispuestas a tratarnos con responsabilidad y no, no todas las mujeres lo harán.

Hay infinidad de contextos, de culturas, de intereses, de ideas y de posiciones políticas que influyen en la existencia de cada persona del mundo. También en las mujeres. Y, por supuesto, hay infinidad de heridas que podemos llegar a comprender a un nivel profundo que atravesarán los miedos y actos de estas mujeres y cada una podrá enfrentarlo y procesarlo de una manera similar o diferente a nuestra lógica en un momento determinado pero, aunque el feminismo supone una mejora en la libertad de todas las mujeres, no todas van a comulgar con sus ideas como tampoco con el ideal de ‘salvar’ a otra mujer. Es más, muchas no tendrán siquiera las herramientas de haber estudiado algo de teoría feminista por lo que será aún más probable que reproduzcan conductas competitivas o mezquinas hacia otras mujeres, más si influyen los factores psicológicos, culturales o políticos antes mencionados.

La justificación permisiva en la que algunas podemos caer me recuerda a la fratría masculina, en la que los hombres justifican a otros hombres cuando cometen machistadas y se protegen de este modo entre ellos solo que, en el caso de las mujeres, la violencia no es hacia fuera (de hombres a mujeres) sino hacia dentro (de mujeres a otras mujeres). Nosotras nos justificamos entre nosotras para permitir que nos sigamos haciendo daño hasta que esas mujeres tengan su despertar feminista. Pero, ¿y si nunca lo experimentan? ¿Hasta cuándo tenemos que estar soportando un mal trato por empatía? (Esto me suena ya de antes de ponerme las gafas moradas…)

Controlamos la empatía que aplicamos con los hombres porque así comenzamos a estudiar la teoría feminista pero parece que para las relaciones entre nosotras se da por sentada la sororidad cuando, en realidad, el daño que podemos hacernos se enmarca en las mismas problemáticas que prácticamente sólo se enfocan a la interacción masculina. Por ejemplo, las relaciones sexuales que en su mayoría se basan en el pornificado aprendizaje patriarcal y sus respectivos roles, el deseo de la feminidad y no de las mujeres o el cuidado de los varones en lugar de las amigas o familiares mujeres son circunstancias en las que dinámicas machistas no sólo afectan a relaciones hombre-mujer sino también mujer-mujer, ya sea sexual o afectivamente. 

Gracias a la teoría feminista vamos aprendiendo a poner el foco en cómo nos relacionamos con los hombres pero ¿pensamos del mismo modo en cómo la relación con los hombres o la autoestima erosionada por el patriarcado afecta a cómo nos relacionamos con las mujeres?

A veces podemos entrar en una pompa ilusoria en la que toda acción ejercida por una mujer nos parezca justificable y/o la “sororidad” nos convierta en víctimas de perfiles narcisistas. Se nos olvida que todas estamos socializadas para competir y priorizar la validación ajena a la responsabilidad afectiva que, siendo algo corregible gracias a la perspectiva feminista, no todas las mujeres tienen el mismo grado de autoconciencia como para tratarnos con amabilidad y respeto. 

En los tiempos que corren donde cualquiera puede etiquetarse como quiera en el espacio digital, dar por sentada cualquier postura política por una simple etiqueta nunca fue más erróneo.

A veces pueden empañarse los lentes limitando la vista a una borrosa nebulosa morada que nos impide ver nítidamente hasta sufrir un accidente.

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